lunes, 2 de agosto de 2010

¿Por qué siempre me gustó tanto la historia de Varguitas y Julia?

Varguitas bigotes y Julia
Varguitas y su segunda esposa







En la ocasión en que se cumplieron tres décadas de la llegada del libro donde Mario Vargas Llosa describiera las peripecias que viviera cuando conoció a su primera esposa y los intercalara con una serie de historias de la realidad peruana.
La Tía Julia y el Escribidor es la mayor obra en castellano que existe. A tres décadas de su publicación, vale este reconocimiento a Mario Vargas Llosa pero también a Julia Urquidi Illanes y Pedro Camacho (o Raúl Salmón), los otros sustentos de esa maravilla.
Por qué me gusta tanto, es la pregunta. En rigor se trata de una afirmación. Si bien la literatura ha dotado al mundo de notables creadores, hasta ahora he hallado pocos (no dudo que los haya) que tengan el sentido del humor de Vargas Llosa.
¿Alguien puede imaginarse leer una novela y reirse como si fuera un bobo con unas cuantas copas de vino encima? Imagínelo. Porque es así.
Lo logró con este libro y con Pantaleón y las Visitadoras.
Para los que no lo conocen, no puedo dejar de recomendar su lectura.
He aquí lo que publicara en el diario.
Voy a iniciar con un parafraseo a Groucho Marx: Estos son mis gustos; si no le agradan, tengo otros.
Definitivamente –acabo de finalizar por segunda vez una lectura completa del libro- La tía Julia y el Escribidor es la mejor novela latinoamericana o -con más precisión- en idioma castellano que existe.
Es claro y el lector queda advertido: estos son mis gustos. Quizá más adelante tenga otros.
Pero atenti: se trata de una de esas magníficas novelas que lo llegan a tener todo o casi todo. Un retrato cuasi fotográfico (es posible “ver” los barrios y las gentes del país) del Perú, una maravillosa historia de amor (que “termina bien”, ya le aviso), una escritura que roza los lindes de la perfección y un plus que la eleva hasta los niveles invalorables: tiene –como casi ninguna otra gran novela latinoamericana, excepción tal vez de Isabel Allende- sentido del humor. Un humor quevediano, si se me permite el neologismo.
En estos días se están cumpliendo 30 años de la aparición de esta maravilla que –no puedo hacer otra cosa- recomiendo enfáticamente en la lectura.
Algunos me dirán que el Gabo es mejor. No quisiera entrar en melindrosas comparaciones pero la estructura de La Tía Julia… tiene elementos difíciles de hallar en otras novelas y por ende la hacen difícil de comparar.
Eso sí, hay un arranque, un desarrollo, un clímax y un grand finale, como corresponde, respetando las reglas del género hasta el último detalle.


De qué va la cosa
En las pocas críticas que se le podrían hacer se halla el título de la obra: Con fuerte tono autobiográfico, Vargas Llosa se identifica como “el escribidor”.
En realidad –inferencia cuyas premisas provienen de su propia escritura- el nombre correcto hubiera sido: “La Tía Julia, Varguitas y Pedro Camacho”.
Como con el nombre de la Tía Julia (Urquidi Illanes, una boliviana divorciada cuya hermana estaba casada con un tío paterno de Vargas Llosa) no hay problemas, la dejamos. “Varguitas” es el trato –casi desdeñoso- que recibe el “escribidor” en toda la obra (también le dicen Marito) debido a su relativa juventud en comparación con la experiencia de Julia que es diez (¿o más?) años mayor que él.
Y Pedro Camacho es –en realidad- la otra piedra sobre la que se funda esta obra.
¿Quién es Pedro Camacho? En realidad, bajo el nombre de Raúl Salmón era –a mediados de los 50- un prolífico escritor (a la par que actor y director) de los guiones para los radioteatros que apalancaban las personas contra sus radio-receptores durante media hora cada día.
Esos 23 minutos de ficción que –como dicen los protagonistas secundarios en la novela- servían para imaginar otras vidas y fantasear otras realidades. Esas historias -cuya fortaleza estaba asentada tanto en la trama como en los ruidos que debían producir los “sonidistas”, esos factótum que reproducían en la imaginación de los oyentes los sonidos de la calle, los pájaros, la lluvia al caer y miles de etcéteras más- serían barridas de un plumazo pocos años después con la irrupción de la televisión y sus equivalentes telenovelas.
Es decir, estamos ante un momento histórico, además.
Muchos me dirán que el “escribidor” es Camacho. Pero la ambigüedad manifiesta del título me da margen para la sospecha (ver Cómo escribe…)


Disposición
La estructura es relativamente sencilla: alternadamente -en capítulos impares y en primera persona- un joven peruano (Varguitas) cuenta cómo es su vida en la que estudia de abogado por mandato familiar y anhela en convertirse en escritor y vivir en Paris mientras en los capítulos pares van apareciendo personajes y situaciones de lo más insólitas: un médico que asiste al casamiento de su sobrina sólo para descubrir que ella contrajo nupcias de apuro por quedar embarazada no del novio sino de su propio hermano (el de ella, claro está), un sargento de policía que debe eliminar a un polizón africano desnudo llegado al puerto de Callao, un árbitro que de futbol que es el mejor del continente y debe dirigir una final muy difícil, un cantor de ritmos populares que está enamorado de una niña bastarda y encerrada en un convento de Carmelitas descalzas, un desratizador quiere eliminar todos los roedores del mundo por un espantoso suceso de su niñez, un Testigo de Jehová que está dispuesto a cortarse el pene para demostrar su inocencia en una acusación de estupro, un cura católico que domestica el barrio más difícil del Perú mientras publicita a sus pares de religión que la mejor política para evitar caer en las tentaciones del sexto y noveno mandamientos es la masturbación.


Manual de apertura
Ya Jorge Luis Borges se había referido a cuál de los mejores inicios correspondían a un cuento. Algo parecido pasa con La tía Julia….
Vea este arranque: Frases largas y más que bien escritas, sin florituras pero con suficiente sustento como para mantenerse en el vuelo de la literatura permanente. “En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos, Derecho creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque, en el fondo, me hubiera gustado más llegar a ser un escritor. Tenía un trabajo de título pomposo, sueldo modesto, apropiaciones ilícitas y horario elástico: director de informaciones de Radio Panamericana. Consistía en recortar las noticias interesantes que aparecían en los diarios y maquillarlas un poco para que se leyeran en los boletines”.
Se lo traigo a su vista para que no vuelva a buscarlo: “… un trabajo de título pomposo, sueldo modesto, apropiaciones ilícitas y horario elástico…”. Una maravilla, vea.


Qué más dio La Tía Julia… Mucho más.
De hecho, el final feliz está referido así: “El matrimonio con la tía Julia fue realmente un éxito y duró bastante más de lo que todos los parientes, y hasta ella misma, habían temido, deseado o pronosticado: ocho años. En ese tiempo, gracias a mi obstinación y a su ayuda y entusiasmo, combinados con una buena dosis de buena suerte, otros pronósticos (sueños, apetitos) se hicieron realidad. Habíamos llegado a vivir en París y yo, mal que mal, me había hecho un escritor y publicado algunos libros”.
Sin embargo la propia Urquidi Illanes no quedó conforme con la imagen que de ella habría dado una telenovela que se difundió tiempo después por toda Sudamérica y que la hacían quedar como una come-niños. Y sacó Lo que Varguitas no dijo, una obra casi inhallable.
Lo más interesante, y está referido en el libro, es que la técnica para contar la loca confusión en la que va cayendo el autor de las radionovelas se la aprecia desde adentro: leyendo los guiones de las mismas. El efecto que produce en el lector es increíble.
Cuando Vargas Llosa decide sacar su libro quería llamarlo Vida y Milagros de Pedro Camacho pero se enteró que el hombre no sólo estaba vivo sino que era el alcalde de La Paz.
En la actualidad, Raul Salmón es homenajeado continuamente en su país natal por su prolífica producción para el teatro.
A su manera, el destino les jugó sus pasadas: Vargas Llosa terminó escritor y pretendió la presidencia de Perú. Salmón fue escritor y terminó como jefe comunal de la capital de su país.
Quedan abiertas unas pequeñas dudas (en la novelan ‘se cierran’ genialmente) que develan una animadversión muy fuerte contra los argentinos. No parece ser sólo de Salmón sino que esa mancha infecta termina tocando al propio Vargas Llosa. Pero son detalles mínimos que pueden soslayarse.
Un ejemplo de cómo escribe y por qué es escritor
“… iba pensando en Pedro Camacho ¿Qué medio social, qué encadenamiento de personas, relaciones, problemas, casualidades, hechos, habían producido esa vocación literaria (¿literaria? ¿pero qué, entonces?) que había logrado realizarse, cristalizar en una obra y obtener una audiencia? ¿Cómo se podía ser, de un lado, una parodia de escritor y, al mismo tiempo, el único que, por tiempo consagrado a su oficio y obra realizada, merecía ese nombre en el Perú? ¿Acaso eran escritores esos políticos, esos abogados, esos pedagogos, que detentaban el título de poetas, novelistas, dramaturgos, porque, en breves paréntesis de vidas consagradas en sus cuatro quintas partes a actividades ajenas a la literatura, habían producido una plaquette de versos o una estreñida colección de cuentos?”
“(…) cada vez me resultaba más evidente que lo único que quería ser en la vida era escritor y cada vez, también, me convencía más que la única manera de serlo era entregándose a la literatura de cuerpo y alma. No quería de ningún modo ser un escritor a medias y de a poquitos sino uno de verdad, como ¿quién? Lo más cercano a ese escritor a tiempo completo, obsesionado y apasionado con su vocación que conocía era el radionovelista boliviano: por eso me fascinaba tanto”.
Vida de novela
Mario Vargas Llosa es el escritor peruano más famoso.
Nació en 1936. No supo de su padre hasta los diez años. En 1955 tenía 18 años, estudiaba Derecho y escribía los boletines de una radio. Conoció a una tía política 14 años mayor que él y –contra toda su familia- se casó con ella.
Concretó su sueño de vivir en París en 1959. Y tras ocho años terminó de separarse. Volvió al Perú e inmediatamente se casó con una prima hermana. Con ésta tuvo tres hijos (sin rabo de cerdo). Fue periodista de France Press y visitó mucho el Perú. La mayoría de sus novelas remiten a su país natal, a excepción de La guerra del fin del mundo (una de sus mejores obras) que habla de Antonio Conselheiro un santón brasileño de fines de siglo XIX.
Vivía y enseñaba en Londres cuando la editora catalana Carmen Balcells lo convocó a que sólo escribiera. Y se constituyó en uno de los representantes del boom de la literatura latinoamericana.

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