martes, 14 de septiembre de 2010

Sergio Marchi: la claridad conceptual del rock

Tuve la oportunidad de conocer a Sergio Marchi en una feria del libro.
El evento que se hace en la Rural de Palermo tiene sus características magnificentes.
Bueno, ahí andaba él dando una especie de talleres para aprender a escuchar y apreciar rock nacional.
No es poca cosa.
Los pibes en su mayoría lo escuchaban con atención y era muy interesante.
¿Cómo hacerlo? Simplemente con un equipo de música y un montón (en esa epoca) de CD. El tipo abría la tapita de la compactera e iba haciendo oir y bajaba algunas líneas.
Entre otras cosas, es un biógrafo-ayuda de Charly García de sus épocas más locas y malas. ¡Y hasta se dio el gusto de tocar la batería para Charly cuando falló el titular!
Ese es, pues, nuestro hombre. Un tipo sencillo y para nada creído en sí mismo pese a haber estado con "monstruos" tales como los que nombré antes.
Pero cuando ocurriera el "desastre Cromañón" (el diario La Nación sigue citando el nombre del boliche de Once con su denominación en latin, un detalle apenas), Sergio Marchi fue una de las voces más claras al respecto del mal llamado mal llamado "protagonismo" de algunos espectadores que asisten a los recitales.
Ese mismo año, con mi hija habíamos asistido a un recital de Attaque 77 en Mar del Plata y sentí miedo al ver lo que sucedía. Y diez meses después pasaba lo de Cromañón.
Creo que vale la pena recordar lo que escribió Sergio Marchi con motivo de esa nueva raza de "protagonistas". No son excluyentes del rock. Los hay en el fútbol y en la cumbia también por decir dos ambitos bien delimitados. Pero creo que vale la pena identificarlos.
Ahí y espero que se pueda apreciar lo que con tanta capacidad de análisis este sorprendente escritor describe.

El rock perdido

Sergio Marchi


El rock argentino inició su andar en los años 60 contraponiéndose a la chatura que venía revestida en un envoltorio caracterizado como “ser nacional”. La idea era ser diferente, respetar y hacer respetar el derecho a la diferencia y también buscar la iluminación a través de la música y las ideas que ésta ponía en marcha. Y una de ellas era que uno no estaba obligado a ser como “el rebaño”: no había porqué resignarse al mandato de una sociedad que impone domingo obligatorio de lavar el auto, tallarines, vino, cancha, pelea y algunos otros ritos que un joven estaría en todo su derecho de no desear.
(…) Casi cuatro décadas más tarde cierta parte del rock parece imponer el idea social de un barrabrava: los trapos, las bengalas, el alcohol a mansalva, las drogas como pose de macho contravencional o como anulación del pensamiento. Elegir un buen libro en vez de la cerveza en la esquina será merecer epítetos como “careta”, “vigilante” o “amargo”.
El rock solía ser un vehículo que transportaba toda clase de ideas que es el objetivo fundamental del arte y el rock lo es. Dio ese examen en los 60 y lo rindió con sobresaliente. Y el arte lo hacen los artistas, no el público. Es allí donde aparece más claramente el cortocircuito: lo que sucede hoy es buena parte del rock nacional es que es el público el que parece dictar qué es lo que deben hacer los artistas y éstos presionados por la masa, vuelcan su estilo hacia lo que la gente exige escuchar: historias donde el único escenario posible es un barrio, la mayoría de las veces, muy sórdido; aventuras de marginales donde el alcohol es el combustible obligatorio y donde la libertad es simplemente hacer lo que uno quiere sin preocuparse por los demás. Una mirada triste, egoísta, resignada, sin vuelo: mediocre.
Se trata de un canto que tiene su origen en el momento en que el “chabonismo” comenzó a meter sus pezuñas en el inconsciente rockero. De ahí se desprende uno va a los recitales a gritar como un desaforado, más que a recibir algo que nos ilumine la existencia. (…) de ese modo, el rock establece un link directo a Rodolfo Zapata y su “no vamo’ a trabajar”, diversión sana e inocente que representa la mediocridad a la que el rock enfrentó desde los albores de su nacimiento y de lo que ahora parece ser socio.
Y cuando en un exceso de demagogia y vagancias de ideas el rock “se baja” de su lugar para simular pertenencia, el público cobra un protagonismo que no le corresponde, como si pagar una entrada para “ser” el espectáculo y no para formar parte de él en su justo lugar: como espectador.
En la actualidad parece imperar en el público de rock un concepto que indica que la entrada debería ser gratuita y que el acceso a un recital ya no el pago de un boleto otorga el derecho de hacer cualquier cosa. De hecho, es común que en los recitales haya desmanes en la puerta, porque se juntan unos cientos que presionan para entrar gratis. Y en ese contexto es cuando aparece gente que piensa que tirar una candela en un lugar cerrado es parte del normal festejo de un recital, y no una actitud criminal que puede terminar, como lamentablemente lo hizo, en una tragedia. Así parece haber sucedido en Cromañón. Más allá de quién efectivamente haya tirado la bengala, de los dueños de los lugares y de las autoridades municipales y de seguridad, hay otras responsabilidades y le competen al público y a las bandas. Y nadie parece hacerse cargo.
(…) En las marchas organizadas por familiares de las víctimas, sobrevivientes o simples jóvenes identificados con los que allí murieron por una cuestión de pertenencia (más por edad que por estrato social, más por ser fans de Callejeros o bandas similares que por ser consumidores musicales que exigen reparación de sus mancillados derechos) hay una consigna en común que es cuanto menos, miope. Aunque mirada al costado de una cuestión que les atañe de cerca. Porque piden justicia y tienen toda la razón, pero una mirada al futuro debe implicar para todo aquel vinculado con el rock, una mirada hacia dentro. “No los mató la bengala, no los mató el rocanrol” es un modo de invitar a que la historia vuelva a repetirse. No parece haberse aprendido nada. Y lo peor es que la consigna parecería prohijar un próximo recital de rocanrol lleno de bengalas, por supuesto. No se discute que, como dice aquel cántico, la corrupción jugó un papel fundamental en la tragedia. Pero no fue lo único que provocó el hecho: la responsabilidad individual también cuenta.
Lógicamente, el rock como cuerpo social se siente atacado por varios buitres de la política y de la sociedad que ven la oportunidad de acabar con algo que siempre les molestó. Y es lógico que se defienda, pero es completamente irrazonable que no se haga cargo de sus propias desviaciones y defecto, porque de esa manera atenta contra la supervivencia. Claro que el rock no mató a nadie, pero lo que los chicos llaman rocanrol es la mecha que va del fósforo a la candela que, hay que decirlo con todas las letras, sí mató a los muertos de Cromañón. Tal vez sea más preciso decir que fue la mano que encendió la mecha asesina de tantas vidas pero la bengala como símbolo de ese rocanrol es responsable también de generar las condiciones para que Cromañón sucediese. Era un accidente que estaba esperando su oportunidad para acontecer y constantemente se le venían sirviendo en bandeja. Quizá lo ilógico haya sido que no haya acontecido antes

Sergio Marchi
Es escritor, músico y docente sobre la historia del rock nacional.
Escribió Say no more, la biografía autorizada de Charly García.
El rock perdido es su nuevo libro. Será editado por Le Monde Diplomatique y Capital intelectual.
Se reproducen algunos párrafos de un capítulo del mismo

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